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martes, abril 15, 2025

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Antes de que sea muy tarde: Trump y los aranceles

Mario Álvarez-Fernández

Según la RAE, una crisis es un cambio profundo con consecuencias importantes o una situación difícil. Se aplica a contextos sociales, económicos, políticos o personales. Aquí cabe perfectamente esta definición.

Pocas veces se ha visto en vivo y en directo, minuto a minuto, una guerra arancelaria entre Estados Unidos y China. No se trata solo de un pulso entre dos potencias: lo que estamos presenciando es una escalada sin precedentes que amenaza con arrastrar al resto del mundo a una crisis económica de proporciones difíciles de dimensionar. ​Como dato: Estados Unidos representa aproximadamente el 26,3% del Producto Interno Bruto (PIB) mundial en términos nominales, consolidándose como la mayor economía del mundo.

Esta semana, la tensión alcanzó su punto más álgido. Donald Trump anunció que podría elevar los aranceles a los productos chinos hasta un 145%, desatando la inmediata represalia de Pekín, que respondió con un tarifazo del 125% a los bienes estadounidenses. ¿El resultado? Un comercio bilateral prácticamente paralizado y dos gigantes que se alejan cada vez más de la posibilidad de un entendimiento razonable. Inquietante.

Lo inédito detrás de esta guerra de tarifas, es que no haya una estrategia económica de largo plazo, sino más bien una lógica “populista” que busca réditos políticos a corto plazo. Una estratégia que ha caracterizado a la segunda administración Trump como lo ocurrido con casos como el de la guerra en Ucrania y el impasse con Volodimir Zelenzky o la guerra en Gaza y sus intenciones de “comprar” parte del sitio. El denominado “hacer a América grande otra vez”.

Pese a que China y EE.UU han coqueteado constantemente con la confrontación, Trump insiste en que estas medidas son necesarias para proteger a los trabajadores estadounidenses y reducir la dependencia de China. Sin embargo, la evidencia muestra lo contrario: grandes empresas como Apple, Tesla y Amazon ya están desplazando parte de sus cadenas de producción hacia otros países, mientras los consumidores norteamericanos enfrentan precios más altos y escasez en productos clave.

China, por su parte, no se ha quedado de brazos cruzados. Acusó a EE.UU. de ejercer “unilateralismo coercitivo” y anunció que llevará el caso a la Organización Mundial del Comercio, aunque todos sabemos que ese organismo ha sido debilitado precisamente por el bloqueo estadounidense a su órgano de apelación. Los asiáticos han dejado claro que los productos estadounidenses están perdiendo relevancia en su mercado interno, lo que podría tener consecuencias devastadoras para exportadores agrícolas y tecnológicos del país norteamericano.

Pero lo que más me desconcierta es el doble discurso de Trump o si se quiere,  un “tira y afloja”. Mientras aprieta el gatillo arancelario, declara públicamente que le “encantaría llegar a un acuerdo con su amigo Xi Jinping”. Este tipo de declaraciones, lejos de aportar claridad, alimentan la incertidumbre global y muestran una desconexión preocupante entre la retórica política y las decisiones reales que afectan a millones de trabajadores, inversionistas y ciudadanos comunes. Hay datos que debemos revisar.

En 2024, el comercio bilateral entre EE.UU. y China alcanzó los 582 mil millones de dólares. Hoy, ese volumen está amenazado por una cadena de represalias sin salida. La inflación en EE.UU ha tocado máximos históricos y el déficit comercial con China superó los 295 mil millones de dólares según el Wall Street Journal. ¿Quién está ganando con esta guerra? Francamente, nadie.

Preocupa que los medios tradicionales no están advirtiendo con suficiente fuerza el impacto que esta escalada puede tener sobre la economía global. Los países emergentes, como los de América Latina y Chile, podrían ver caer sus exportaciones, encarecer sus importaciones y sufrir los efectos secundarios de una recesión mundial provocada por el choque entre dos titanes cegados por el orgullo y la rivalidad geopolítica. En un mundo interdependiente, pretender resolver conflictos a punta de aranceles es como apagar un incendio con gasolina. La historia juzgará este episodio con dureza si los líderes no logran encauzar sus diferencias por la vía del diálogo y los acuerdos multilaterales. Y nosotros, como cronistas de nuestro tiempo, tenemos el deber de alzar la voz, antes de que sea demasiado tarde.

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