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martes, abril 15, 2025

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El Presidente Color Zanahoria: cuando el presidencialismo, y otras escenas, deberíamos cortar

Jorge Roa

Título película: El Presidente Color Zanahoria: cuando el presidencialismo, y otras escenas, deberíamos cortar.
Género: Tragedia política. Sátira y humor negro
Co-producción: EE.UU y China
Año: 2025

Primera escena. Interior Oficina Oval – Día 

Una hamburguesa se estrella contra el televisor. Un hombre de color zanahoria con peluquín amarillo se para de su asiento enojado. En el televisor, expertos especulan que China le gana la guerra comercial a EE.UU. Ahí mismo, el mister president, Donald Trump, decide: 


– “¡Aranceles para todos! ¿Qué podría malir sal?”

Fade a negro. Título de la película con letras blancas: El Presidente Color Zanahoria: cuando el presidencialismo, y otras escenas, deberíamos cortar.

El ser color naranja no lo consulta al Congreso, no llama a expertos, no lee informes (porque leer no es su fuerte), sólo decide apretar el botón y lanzar la gran guerra comercial que afecta a todo el planeta.

Segunda escena. Exterior Beijing – Noche

Toma aérea de rascacielos. El señor del dragón rojo, como siempre, no sonríe. Aprieta su puño y dice:

  • ¡¡¡ 提高戴假发男子的关税 !!! 

(Subtítulos sobreimpresos en pantalla)
“¡Suban los aranceles al hombre con peluca!”

La bolsa cae. Suben los precios. Apple envía aviones para llenarlos de iPhone desde fábricas chinas. Los gringos se preparan para pagar el doble, y todos se preguntan: 

  • ¿Who the fuck approved all this?? 

(¿Quién &#$% aprobó todo esto?)

El virus que invade al mundo, en esta comedia de errores, se llama “presidencialismo” (o presidentialism pa’ los bilingües). Es un virus que modela la entrega de superpoderes a una sola persona, incluso a los enfermos, sociópatas o ególatras. Este virus se expande fácilmente, sobre todo en democracias donde todo recae en los presidentes. 

¡Spoiler! Esta película no es original, en latinoamérica ya se han proyectado en sus cines locales, con versiones más tropicales. En Brasil, por ejemplo, se rodó con un género más cercano al reality show: El protagonista, Bolsonaro, un militar retirado con aires capitalistas, entró al Amazonas con machete en mano sin guion ni consulta popular y arrasó con todo. Los críticos no tuvieron piedad, pero un éxito en ventas. 

Bukele, en El Salvador, fue más directo y se decidió por el snuff. Para los menos cinéfilos, es un género prohibido: son vídeos cortos de asesinatos, torturas, suicidios, entre otros crímenes reales (sin la ayuda de efectos especiales o cualquier otro truco). El protagonista, el presidente; los actores, detenidos por sospecha; el código: los tatuajes. 

En Venezuela siguen rodando su propio largometraje. En una secuela que nadie pidió. Maduro, un doble de riesgo sin carisma, protagoniza una película de bajo presupuesto. Eso sí, más cercano al neorrealismo italiano: ese que retrataba la vida de la clase trabajadora, sin actores profesionales y escenarios en ruinas. Lamentablemente, los actores – que interpretan a los ciudadanos – no están conformes con la producción y decidieron, por una amplia mayoría, parar la producción. Otra vez, de manera inexplicable, este mal actor sigue protagonizando su pésima película y niega dejar el set. 

De un guion con tintes utópicos revolucionarios, pasamos a un drama psicológico. Millones de actores cambiaron la película por una road movie personal: abandonaron el set a pie y ahora actúan en otros países. 

En Chile, el cine se vive por partes. Cada 4 años aparece una nueva película, cambian al actor, pero con los mismos poderes. Fome igual. Acá, el protagonista puede vetar leyes, calificar urgencias, controlar el presupuesto. Incluso indulta si le parece. También decide cuándo se debe discutir y cuando no. 

¡Ah! Hubo una película, la anterior, donde el protagonista le declaró la guerra a su pueblo. Ni Francis Ford Coppola, en Apocalypse Now, se atrevió a escribir una escena tan delirante. 

Por ejemplo, la Ley de Presupuesto, que se da una vez al año, adivinen quién tiene la exclusiva: el actor de siempre. El Congreso solo puede aprobar, rechazar o disminuir, pero no redirigir. Un caso similar pasa al declarar el Estado de excepción: se limitan libertades constitucionales sin aprobación del Congreso, queda disminuido a solo informar. ¿Y si nuestro actor interpreta mal el guion y equivoca una decisión? Da igual, todos acatamos, incluso el reparto de acción, encargado de las escenas militares, se les manda al set de acuartelamiento. 

El final de la película, que protagoniza el mono naranjo, está inconclusa. Por huelga de guionistas. Declararon que el final es predecible, malo y sin esperanza. Los expertos afirman que el guion deja todo en manos de los presidentes y es mala estructura para contar una buena idea. Sugieren un plot twist (giro inesperado): distribuir el poder. De esta manera se le da importancia a los actores secundarios, por ejemplo, a los que pertenecen al Poder Legislativo. No se trata de inventar nada nuevo en el arte de escribir buenas historias: hay fórmulas probadas. Se pueden distribuir escenas, que por ahora son exclusiva al presidente, las actúen los actores del Congreso. De esta manera tienen más iniciativa para contar otras historias. 

Lo más sensato, para este crítico de cine, es escribir otra historia de esta mala película. De cero. Además, todos sabemos que las películas donde los protagonistas son presidentes, son malitas. El Día de la Independencia, por ejemplo, es buena sólo cuando los extraterrestres atacan la casa blanca. A pocos fanáticos del séptimo arte les importó la épica del presidente. 

Para salvar al cine de esta película, se debe escribir un guion donde el poder no recaiga en un solo actor, ni menos un mal casting: el presidente color zanahoria puede quedarse en el elenco, pero el guion debe cambiar.

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